¿Cómo el trauma afecta al cerebro?
Si eres sobreviviente de abuso, tienes que saber que tus sentimientos son válidos y que no fue tu culpa. Muchos sobrevivientes ponen la culpa donde no pertenece. El trauma por abuso psicológico, físico o emocional (humillaciones, golpes, maltrato) deja cicatrices que comúnmente duran mucho tiempo y que cambia la forma que el cerebro tiene de entender su realidad y procesarla. El trauma no es solo emocional, sino biológico también y a veces desconocemos esas formas de cambio. Aquí describo algunas.
Cuando estás viviendo trauma, la amígdala, responsable de detectar el peligro, se hace hiperactiva, sintiendo peligro y amenazas constantes, aun cuando no sea realidad. Esto te deja en un estado de alerta, ansiedad y miedo. También es frecuente el entumecimiento o adormecimiento psíquico, pues la víctima puede llegar, con tal de dejar de vivir el dolor, a dejar de sentir emociones, tanto positivas como negativas, incluso sintiéndose desconectados de su cuerpo o pensamientos.
A la vez, la corteza prefrontal, responsable de la toma de decisiones, la libertad y el control de emociones e impulsos, se ralentiza, lucha para calmarte, pero el resultado generalmente es que tienes problemas para concentrarte, vives con el alma en un hilo e inclusive puedes sufrir pérdida de memoria y de capacidad de aprender, pues tu hipocampo, el responsable de esas funciones, se daña. Los recuerdos se fragmentan y a veces van poco a poco regresando en modo de flashes, pero no siempre. Por ello, a veces las víctimas no recuerdan los detalles del abuso sufrido, exponiéndose ante médicos, familiares y hasta en juicios a que personas inexpertas les cataloguen de mentirosos por no recordar los pormenores, revictimizándoles.
La corteza prefrontal, entonces, se daña con el abuso y frecuentemente pierde capacidad para regular emociones, así pues, es normal en una víctima vivir cambios de humor repentinos, pasar de la calma a la ansiedad, a la tristeza o ira, volverse taciturno, irritable, etc., sin poder controlar sus reacciones. Esto último genera aún más ansiedad y es un círculo que impide ver lo bonito, bueno y positivo de su propia vida. La familia sin duda sufre mucho con la víctima, pues no entiende qué pasa y cómo ayudar.
El neurocientífico y psicólogo del desarrollo humano, Dr. Jamie Hanson, demostró que los niños y niñas que sufren abuso regularmente batallarán más en la escuela, sacarán peores calificaciones, se saltarán clases y se engarzarán en más peleas. Ellos mismos también pueden ser el “bully” de la escuela. Así también, corren más riesgo de utilizar drogas, beber sin control, autolesionarse e involucrarse en comportamientos sexuales de alto riesgo.
Es común que las víctimas se sientan sin esperanza ni motivo para vivir, lo que los lleva a desórdenes mentales de largo plazo muy difíciles de superar sin ayuda profesional. Por ejemplo, depresión clínica, fobias, trastorno de estrés post traumático, desórdenes alimenticios y hasta tendencias suicidas. Sí, el dolor del abuso lleva a las personas a comportamientos de riesgo para su salud, integridad física, relaciones y la vida misma.
En síntesis, la amígdala se hiperactiva y la corteza prefrontal se daña. El cerebro está tan ocupado generando percepción de amenazas y motivos de temor para siempre estar alerta y sobrevivir, que no permite a la persona pensar con calma y tomar decisiones valoradas.
Las buenas noticias son que el cerebro tiene plasticidad, es decir, es adaptable, puede cambiar. Con el soporte y ayuda adecuadas, puede sanar. Hay terapias muy efectivas. Un ejemplo, Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares (EMDR, por siglas en inglés), terapia diseñada para aliviar el malestar asociado con recuerdos traumáticos. Desarrollada por la psicóloga Francine Shapiro en 1987, esta técnica ha demostrado ser efectiva en el tratamiento del trastorno de estrés postraumático (TEPT) y otras afecciones relacionadas con experiencias traumáticas.
Saber todo lo anterior nos puede ayudar a enfrentar las consecuencias de haber sufrido abusos o, hacernos más empáticos cuando seamos el soporte y fortaleza de una víctima. Si vives cualquiera de estas dos situaciones, solo ten presente: la culpa es siempre del victimario, nunca de la víctima; y por supuesto, hay esperanza. Busca ayuda. Dios con ustedes.