El testamento, abierto en una notaría de Cancún un año después de su muerte, contiene una frase que parece salida de un guión demasiado austero para el cómico más famoso de México: “No se conocen dinero, alhajas, efectos de comercio, semovientes, frutos, bienes muebles ni créditos…”. Chespirito murió sin la obscenidad de la riqueza exhibida; dejó algo más complejo que cualquier cuenta en dólares: un ecosistema de derechos de autor, marcas registradas, contratos de explotación y personajes que siguen generando dinero