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Análisismiércoles, 19 de marzo de 2025

¿De quién es la culpa?

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“Aquí descubrimos que el hombre puede ser más cruel que cualquier bestia. Aquí se nos mostró el abismo de la maldad humana, un abismo que nunca pensamos que existiera.” Escribió Primo Levi, uno de los supervivientes de los campos de exterminio nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Los horrores de la guerra sacaron a la luz lo más oscuro de la condición humana: campos de exterminio diseñados para erradicar a un grupo étnico y religioso.

Ochenta años después, a 9,800 kilómetros de Auschwitz, en el rancho Izaguirre de Teuchitlán, Jalisco, México, se encontraron hornos de cremación que formaban parte de un campo de entrenamiento y exterminio perteneciente a un grupo delictivo. Fotografías de prendas de vestir, calzado, mochilas y otros objetos personales circulan por redes sociales, recordándonos los horrores de los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, esta vez no están dirigidos a un grupo en particular, sino al pueblo mexicano en su conjunto. En 2024, México registró la cifra más alta de desaparecidos en su historia: 34 mil personas, según la Universidad Iberoamericana.

El lugar fue descubierto el pasado 5 de marzo por el Colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco. Mientras familias y turistas disfrutaban del centro de Guadalajara, a solo 60 kilómetros se cremaban cuerpos, se adiestraba a personas para el crimen organizado y se cometían actos de una crueldad inimaginable. Sobrevivientes relatan haber llegado al lugar mediante ofertas de trabajo falsas. Las buscadoras afirman que este no es un caso aislado y que existen más campos de este tipo distribuidos por todo el país. La indignación se extiende por todos los sectores de la sociedad. Parece que no se puede caer más bajo en este abismo de violencia e inseguridad que es México. ¿O sí?

Sin embargo, ¿cómo llegamos a esto?

Los culpables

En redes sociales y en el discurso callejero, comenzó la búsqueda de responsables. En TikTok e Instagram, surgió un movimiento que critica a los narcocorridos y las narco-series, así como otros productos culturales que glorifican al narcotráfico, señalándolos como culpables de la violencia alarmante que vive el país. Otros argumentan que esta postura es una forma de evadir la crítica al gobierno, al que consideran el principal responsable. Influencers como Luisito Comunica han alzado la voz, visibilizando la grave problemática de violencia que enfrenta México, no solo por lo ocurrido en Jalisco, sino también por lo vivido en Culiacán durante más de seis meses.

Es evidente que hemos llegado al fondo del precipicio, y que este podría ser aún más profundo. Sin embargo, debemos ser claros y ver las cosas sin tintes partidistas o ideológicos, solo con humanidad. Aquí, todos somos culpables. Desde el gobierno actual, que se lava las manos culpando a administraciones pasadas mientras intenta invisibilizar el problema, hasta los gobiernos anteriores que se enriquecieron gracias al crimen organizado. También son culpables padres, madres y hermanos que, durante años, han celebrado y sacado provecho de ese primo o conocido que se enriqueció de manera ilícita. Y no podemos olvidar a los jóvenes y adultos que cantan y elogian a artistas que se han enriquecido con música que glorifica la muerte y las drogas. ¿Cómo creen que esos jóvenes de entre 15 y 18 años, que vemos detenidos, conocieron el mundo de la delincuencia? Todos, absolutamente todos, somos culpables de la podredumbre que vive este país. Nadie se salva.

Me gusta pensar que este momento de nuestra historia marcará el nacimiento de un país mejor: más sabio, más culto y más humano. Pero otra parte de mí me dice que aún nos queda mucho por ver de oscuridad y maldad.

Que Dios nos salve.

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