Suicidio en México: una crisis silenciosa que no podemos ignorar
por Mauricio Avelar
Un reciente estudio publicado en The Lancet Public Health ha revelado un dato alarmante: mientras que a nivel global las tasas de suicidio han disminuido en un 40% en los últimos 30 años, en América Latina la tendencia va en sentido contrario. Y en esa crisis, México se lleva el peor lugar. Nuestro país ha experimentado un incremento del 123% en la tasa de suicidios, con un impacto particularmente fuerte en mujeres y jóvenes.
Los datos son fríos, pero la realidad que reflejan es devastadora. Hablamos de personas que, en un estado de desesperanza absoluta, encuentran en la muerte la única salida posible. No podemos reducir el problema a meras estadísticas sin preguntarnos qué está fallando en nuestra sociedad para que cada vez más mexicanos tomen esta decisión irreversible.
El suicidio no es un fenómeno aislado ni una simple cuestión individual. Es el resultado de un entramado de factores estructurales y culturales que, por mucho tiempo, hemos ignorado o minimizado. La violencia generalizada, la desigualdad económica, la precariedad laboral, la crisis de la salud mental y el debilitamiento de las redes de apoyo social han creado el caldo de cultivo perfecto para que la desesperanza se vuelva una epidemia.
A esto se suma el insuficiente acceso a servicios de salud mental. México destina apenas el 2% de su presupuesto de salud a este rubro, y la mayoría de los recursos están concentrados en hospitales psiquiátricos en lugar de programas comunitarios de prevención. En un país donde hablar de emociones sigue siendo un tabú y donde el “échale ganas” es la respuesta estándar ante el sufrimiento, la falta de apoyo profesional es una sentencia de muerte para muchos.
El suicidio es prevenible. La evidencia lo demuestra. Pero prevenir requiere cambiar paradigmas, invertir en salud mental de manera seria y eliminar el estigma que impide a muchas personas pedir ayuda. Necesitamos programas de intervención temprana, líneas de atención accesibles y campañas que normalicen la conversación sobre el bienestar emocional. También urge un enfoque interseccional que tome en cuenta cómo el género, la pobreza y la violencia afectan de manera diferenciada a quienes están en riesgo.
No podemos seguir viendo esto como un problema individual. Es un problema de todos. Y cada día que sigamos sin actuar, más personas seguirán sumándose a esta estadística que, más que números, son vidas que pudieron haberse salvado.
@cipmexac
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