¿Son los animales objetos de protección o individuos con derechos?
El próximo 19 de febrero la Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) emitirá un fallo que podría transformar el panorama de la protección animal en México. El caso de la elefanta Ely, aislada en el zoológico de San Juan de Aragón, no es un hecho menor; es un reflejo de la relación que como sociedad hemos construido con los animales, y nos enfrenta a una pregunta esencial: ¿hasta dónde llega nuestra responsabilidad moral y jurídica hacia los seres que cohabitan este planeta con nosotros?
Ely, un ser sintiente que ha mostrado signos evidentes de estrés, ansiedad y depresión, ha sido reconocida en un amparo como un individuo cuya vida y bienestar merecen protección. No obstante, las instituciones encargadas de su cuidado han tratado de eludir la responsabilidad de garantizar su bienestar. Este caso nos obliga a cuestionar los límites de la legislación vigente y a reconocer la necesidad de un marco jurídico que no sólo proteja, sino que dignifique la existencia de los animales.
Vivimos en una era en la que el avance de la ciencia ha demostrado que los animales no son objetos o recursos a disposición del ser humano, sino seres con la capacidad de experimentar dolor, miedo y sufrimiento. La jurisprudencia mundial comienza a reconocerlos como sujetos de derechos, y México no puede quedarse atrás en este proceso de evolución legal. Es una oportunidad histórica para marcar un precedente que amplíe la visión del derecho.
Es fundamental entender que la protección animal no es sólo un asunto de compasión; sino de justicia. La indiferencia hacia el sufrimiento de un ser vivo refleja la estructura moral de una sociedad. Si permitimos el abandono, la negligencia y el maltrato bajo justificaciones administrativas o de conveniencia, estamos avalando un modelo de convivencia basado en la insensibilidad y la explotación.
La historia nos ha enseñado que los cambios más significativos en la humanidad han surgido de la necesidad de cuestionar nuestras prácticas y creencias. En su momento, la abolición de la esclavitud y la consagración de los Derechos Humanos fueron avances que enfrentaron resistencia, pero que hoy son cimientos incuestionables de nuestra civilización. Del mismo modo, el reconocimiento de los derechos de los animales es un paso inevitable en la construcción de un mundo respetuoso con todas las formas de vida.
La SCJN tiene la posibilidad de sentar las bases para un futuro en el que la protección animal no sea una cuestión secundaria, sino una prioridad en el desarrollo de políticas públicas y normativas legales. Ely es el símbolo de un despertar de conciencia, de un llamado a la empatía y de la urgencia de replantear la relación entre los seres humanos y los animales.
Pero, ¿qué ocurre con aquellos animales que no están en zoológicos, sino por ejemplo, en plazas de toros, donde su destino es la tortura y la muerte en nombre de una tradición? El derecho de los animales no debería distinguir entre un elefante que sufre en un zoológico y un toro que muere en la arena. Si la SCJN está dispuesta a sentar un precedente en la protección de la fauna silvestre, ¿no debería entonces cuestionar la persistencia de un espectáculo basado en el sufrimiento animal?
Las corridas de toros han sido prohibidas en diversas regiones del mundo bajo el reconocimiento de que el entretenimiento humano no justifica la crueldad. Francia, España y México han sostenido intensos debates sobre su continuidad, y en varios estados de la República Mexicana se han impuesto prohibiciones. Sin embargo, aún persisten esfuerzos por mantener esta práctica en nombre de la identidad cultural. La paradoja es evidente: mientras el país avanza en la protección de un elefante en cautiverio, mantiene la permisividad hacia una tradición que convierte el sufrimiento en espectáculo.
Si queremos ser una sociedad que avanza, debemos entender que el respeto a la vida no puede ser selectivo ni condicionado. Cada ser vivo tiene un valor intrínseco que debe ser protegido por el derecho y por nuestra propia humanidad. Se trata de reconocer que la justicia no puede ser completa mientras sigamos ignorando el sufrimiento de aquellos que no tienen voz para defenderse.
Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México