Hablemos de horror: Viaje con la muerte
Hablemos de horror: Viaje con la muerte
bannerWEB.png
–Hola.
–Que tal, me comunico del grupo de incidencias del 911. ¿Es usted familiar del señor Richard Murnich?
–Si, es mi padre –Contestó Davis a la voz femenina que se distorsionaba entre bullicios provenientes de la bocina telefónica.
–Es necesario que acudan al centro de servicios municipales, ¿es usted mayor de edad?
–Tengo 22 años, señorita, ¿me puede decir qué sucede? –Un silencio se prolongó entre ellos dos, a excepción de los rumores y tecleos provenientes del auricular de Davis.
–Su padre tuvo un accidente fatal, desgraciadamente ha muerto.
–Davis sintió un mareo y ganas de vomitar, sus ojos se desorbitaron por unos segundos. El silbido dentro de sus oídos desapareció por completo y en la llamada solo se alcanzó a percibir un hueco mental incomprensible para la mujer del 911, para Davis, para mí y quizá también para ti, confundido lector.
– ¿Familia Murnich?
–Así es, ¿puede decirnos qué pasa? –Alegó la madre con una lejana esperanza, voz ahogada y carrasposa.
–¿Alguno de ustedes puede acompañarme? – El chico dio un paso al frente porque supuso que era para reconocer el cuerpo de su padre, y por sentido común no iba a ser capaz de otorgarle ese dolor a su madre. Caminó detrás del hombre a través de un pasillo largo y blanco que en este cuento y en cualquier otro hubiera sido el camino a la morgue.
–¿Qué sucedió con mi padre?
–Según el reporte de testigos y conocidos, el señor Murnich había salido media hora antes de lo habitual de su trabajo, luego le mencionó a un compañero que pasaría al supermercado a comprar unas cuantas cervezas para ver la serie policiaca de los viernes. Y según el guardia testigo y las cámaras de seguridad, el hombre cruzó la calle 22 para subirse a su auto, pero un camión se cruzó la luz roja y el impacto fue mortal. El conductor bajó del camión con un chaleco azul marino en su mano, estaba desorientado, lleno de horror, quiso correr, pero cayó tieso por un infarto fulminante.
–Vaya, qué noche, chico, ¿qué haces solo a estas horas? No sabes los peligros que hay en este pueblo y más a estas horas.
–No me interesa el peligro, lárgate de aquí, viejo.
–Vaya, sigues en tu papel del chico que escucha rock duro –El vejete sonrió con cierta bondad.
–¿Por qué no te largas antes de que te rompa la cara?
–Creo que el cáncer de tu madre te tiene loco –Davis abrió los ojos tan grandes que parecieron salirse de las cuencas y ácidos gástricos vinieron a su garganta, el humo azuloso rodeó al hombre y su mirada vacía se clavó en Davis–, está bien, si no quieres la respuesta me marcho ahora mismo.
–¿A qué te refieres? –Davis observó cómo el hombre, en medio de ese vapor azul, levantaba la mano para despedirse, pero era difusa, casi invisible. Luego le vio los pies y se dio cuenta de que no tocaban el piso, aquel hombre estaba flotando. En ese momento, Davis se aferró a creer que era el mismo sueño ya en una segunda fase, pero el frío y el ladrido de un perro lo aterrizaron en la realidad.
–Está bien, te lo diré. En primera, vengo a disculparme contigo, Davis, no fue mi intención matar a tu padre. Ese maldito dolor en el brazo izquierdo me hizo perder el control del camión y no pude accionar el freno. Mi pie derecho se hizo rígido y se fue a fondo contra el acelerador. Como pude bajé del camión, quise pedir auxilio y justo allí enfrente de ese jardín caí de un colapso en el corazón. Todo se salió de control, pero debes saber que tu padre y yo ya hablamos de esto, él ya me disculpó y ahora somos buenos amigos, pero era necesario venir contigo a disculparme. Además, sé lo costoso que es el tratamiento de tu madre, pero tengo la respuesta, ¿quieres venir? –Davis quiso lanzar un grito, sin embargo, se limitó a escuchar al viejo. El escenario se hizo más turbio y el vapor del camión se transformó en una neblina verde e irreal. El hombre se elevó algunos cuarenta centímetros y abordó de nuevo la cabina, haciéndole la seña a Davis para abordar el lugar del copiloto–. Sube hijo, tengo la respuesta.
–El cáncer es así, Davis, no solo consume al enfermo, también consume a los seres queridos y el dinero, pero, ¿quieres dinero?, dinero vas a tener, hijo. Ahí está la respuesta –Davis en realidad, no podía hablar, pero tenía que hacerlo, pues no entendía ni una palabra del viejo ese terco.
–Yo… yo… yo… no sé de qué está hablando, señor… señor… ¿muerto?