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Durango10 de marzo de 2025
Análisissábado, 18 de enero de 2025

David Lynch: el gran iconoclasta

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David Lynch jamás va a irse a ninguna parteLaura Fernández

El pasado 15 de enero falleció, a los 78 años de edad, uno de los grandes cineastas y artistas contemporáneos: David Lynch, autor de auténticas piezas de culto como las películas Wild at Heart (1990, ganadora de la Palma de Oro de ese año, máxima presea que se otorga en el Festival de Cine de Cannes, quizá el más importante y prestigioso en la industria cinematográfica a lo largo y ancho del orbe), Blue Velvet (1986), Mulholland Drive (2001) o Eraserhead (1977), además de la serie de televisión Twin Peaks (1990-1991 y 2017).

Visionario, el trabajo de Lynch es además onírico, yuxtapuesto, extravagante, anticlimático y vanguardista. En la que para algunas personas es su obra maestra, Mulholland Drive -denominada en México “Sueños, misterios y secretos”, título que resume buena parte de los intereses de Lynch- explora a partir del cine negro y de un thriller psicológico el cruzamiento críptico de historias, los juegos de la mente propia y la confusa línea divisoria que hay entre realidad y fantasía.

Polifacético, lo hecho por Lynch es sumamente amplio, ya que su influencia se extiende no sólo al cine sino a terrenos tan diversos como la pintura, los libros, el dibujo, la música, el café, los clubes nocturnos o incluso el altruismo. Contestatario, anidó líneas narrativas alejadas de los productos más comerciales, razón por la cual quizá nunca ganó ningún premio Oscar a la mejor película o al mejor director, si bien es cierto que recibió uno de naturaleza honorífica en 2019 por toda su trayectoria fílmica. Iconoclasta, no tuvo empacho en desafiar las convenciones del cine experimental, lo mismo perturbando al espectador que conmoviéndolo, en lo que se ve quizá la influencia de otro enorme cineasta como Ingmar Bergman y sus escenas de introspección, viajes interiores y descubrimientos paulatinos.

Además de iconoclasta, M. Vilas se refiere en El País a Lynch como un explorador perverso. En La Nación, Stiletano lo define como “el infinito descubridor e inventor de sueños escondidos detrás de la realidad”. D. Lin, en “David Lynch: el hombre de otro lugar”, afirma que lo lynchiano “es a la vez fácil de reconocer y difícil de definir”, que es quizá con los que nos podemos quedar para concebir la obra de un artista clave del siglo XXI, siempre en búsqueda de su identidad

.Las y los avezados en la historia del arte suelen ubicar parte del trabajo de Lynch entre el dadaísmo y el surrealismo, en donde el lenguaje desconfía de sí mismo. Si el dadaísmo cuestiona lo lógico al menos en sus aspectos más generales y si el surrealismo se ocupa y se preocupa por lo irracional y por el plano de los sueños, no es causalidad que en los trabajos de Lynch encontremos muchos ecos que reten a la vida y su contexto como lo conocemos.

La categoría del “cine de arte”, que quizá es la que más se aproxima a un intento de inclusión de lo lynchiano, en realidad es insuficiente a partir de un mar de secuencias caracterizadas por su intermitencia, en donde cada atisbo inyecta profundidad sin saber a ciencia cierta de qué estamos hablando o a qué exactamente nos estamos refiriendo. En su teatralidad hallamos vaguedades y ambigüedades que sin embargo, en todo momento, incitan e invitan a una reflexión sobre un mundo distante y a un ethos perplejo. David Lynch, en conclusión, permanece en nuestros sueños y nuestras fantasías, desde donde intenta moldear una realidad que no nos satisface del todo. Descanse en paz.

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