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Análisissábado, 14 de diciembre de 2024

De la pluma de Miguel Reyes Razo / El inicio del fin del “Indio” Fernández

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Vanidoso, enfebrecido por el éxito de sus películas, el escritor-guionista-director de cine Emilio Fernández –cariñosa y orgullosamente apodado “Indio”--, exigió al productor Gregorio Wallerstein:

“Quiero filmar una gran escena. Doscientas parejas se reúnen en una fiesta de gala. En “traje de noche” ellas. De smoking los varones. Festejo de etiqueta. Engullirán finos platos. Quiero 400 langostas. Cocineros, meseros, reposteros, músicos muy bien vestidos. Quiero…”

Gregorio Wallerstein duda. Le inquieta el dineral que con su caprichoso genio Emilio Fernández despilfarra. A regañadientes acepta. Jorge Durán Chávez –líder de Técnicos y Manuales– contrata a los “extras” que la filmación requiere. Se alista el vestuario. Florencio Malagón –eficaz escenógrafo-- afina detalles.

Maria Candelaria
Versión restaurada de “María Candelaria”, cinta de 1944, dirigida por Emilio “Indio” Fernández. / Foto: Cortesía / Filmoteca UNAM

Comienza la filmación. Rueda bien. Entre tragos de tequila Emilio Fernández comprueba encuadre. Pega el ojo a la cámara. ¡Acción! Se fatiga pronto y para sorpresa de los que repletan el set, ordena: “¡Corte, seguimos mañana!”

Salta don Gregorio Walllerstein. ¿Mañana? ¿Otro día de rodaje con ese gentío y el gastazo de cena de gala? ¡Imposible! Enérgico encara al displicente realizador. “No la amueles Emilio. Esto cuesta mucho, muchísimo dinero. Y botas el trabajo así. Date cuenta…”.

“No seas llorón, Goyo. Ya te dije, judío tacaño, en la taquilla nos vemos. Hasta mañana”.

Estalla Wallerstein: “Conste. Mañana filmarás tal como está el set. Ahí quedan las langostas que están bajo reflectores. Si mañana esto apesta a pescado echado a perder, te friegas, Emilio. Y ni un “extra” nuevo. Hasta mañana.”

“Y así ocurrió. Furioso, mascullaba injurias Emilio. Al día siguiente todos trabajaron en aquel estudio que olía a rayos. Emilio era así. Su genio lo excedía. Poseía una suerte de “ángel” que lo iluminaba.

“Años más tarde –enhebró Don Gabriel Figueroa-- en la filmación de “Cabo de Hornos” leí el guión y le advertí: “Esto no jala, Emilio. Esto no va a salir…”

“¿Por qué me dices eso, Gabriel? Yo escribí esta historia…”

“Falla, Emilio, –le dije-- porque no hay conflicto. No hay choque. Esto no va a ninguna parte. Tuve razón, esa película no sirvió. Comenzó el declive de Emilio. Le empezó a ir mal. Y ya ve, hasta a la cárcel fue a dar…

Recordé: “Fui a entrevistarlo en la cárcel. Llegó a visitarlo su hija Jacaranda, que por desgracia murió en un accidente. Cayó de un balcón .

“Volvamos —pedí a Don Gabriel Figueroa-- a los preparativos de la filmación de “La Noche de la Iguana”, en Puerto Vallarta. ¿Cuál era el comportamiento de Elizabeth Taylor y Richard Burton? ¿Trabajaban sus personajes?”

“Me parece que llegaron a la Ciudad de México con una de sus hijas. Se alojaron en el hotel María Isabel. Una suite muy elegante, regia. Amplísima, su vista dominaba el Paseo de la Reforma. Un reportero de Excélsior describió hasta el último detalle de la atmósfera de aquella suite y el comportamiento de la niña. Manuel Mejido logró esa exclusiva.

“Consiguió efímera plaza de mesero y en ese atuendo pudo entrar a la suite del matrimonio Burton-Taylor. Los reflectores cubrían a la pareja. Sonrientes, amorosos ante las cámaras que los perseguían, abandonaban, dejaban sola a la pequeña. Ese fue el ángulo del reportaje de Manuel Mejido. La inmensa soledad, en la vasta suite del María Isabel, de una niña rodeada de muñecos de peluche y pelotas sin rodar. Reportajazo de Manuel Mejido. Reportero que provocó envidia. Estaba en todo…

“La Niña Triste de la Suite Marco Polo”, “cabeceó” el 24 de septiembre de 1963 Excélsior. La víspera, ya por la noche, la pareja Taylor Burton con su hijita Liza y el perro favorito de la señora Taylor de Burton habían llegado a México. Por primeras providencias exigieron al personal del hotel María Isabel: “No queremos ser molestados. Ni llamadas telefónicas . Queremos descansar”.

Manuel Mejido –tenía apenas un mes en la redacción del diario-- estimó que la orden que le entregaba Armando Rivas Torres, Jefe de Información del importante periódico, “no estaba a la altura de un reportero que días atrás había cubierto la visita del mariscal Tito, gobernante de Yugoslavia a la Ciudad de México”. “Esa encomienda debía cumplirla un reportero de espectáculos”, criticó Mejido.

Pero –tal como debe ser-- se dispuso a cumplirla. “No podía volver a la redacción con las manos vacías”, relata en su libro “Con la máquina al hombro”. Telefoneó al María Isabel. Telefonistas le negaron el contacto. Manuel intentó ganar la voluntad del Jefe de Meseros del hotel quien se rehusó a flanquearle la entrada a la suite de los actores disfrazado de mesero.

Cesar Balsa, por entonces amo y señor de la Zona Rosa, restaurantero, cabeza de Nacional Hotelera y responsable del María Isabel cedió a los ruegos de Manuel Mejido. Le concedió vestirlo de mesero, colocarse la servilleta sobre el brazo izquierdo y mudo, siempre mudo acompañar al experimentado mesero que serviría a la pareja de celebridades.

Y así, al lado del auténtico mesero, Manuel Mejido escuchó los diálogos de la pareja, observó y retuvo el mobiliario y adornos de la suite y un par de pasos lo pusieron junto a la niña Liza rodeada de osos de peluche y otros juguetes. ¡Para ella sola¡ Y Mejido se dio tiempo de entreabrir una puerta por la que penetró el lente de un fotógrafo del mismo diario y lo captó acariciando al perro “Thaffy”, favorito de Liz Taylor.

“Un nuevo aire llega al periodismo mexicano”, saludó don Ovidio Gondi –de la entonces importante revista Tiempo–, a la publicación en primera plana a dos columnas, arriba a la izquierda el relato del periodista Manuel Mejido.

“Yo –retomó la narración don Gabriel Figueroa-- iba y venía a Puerto Vallarta. Elegía locaciones. Me enteraba de clima y tiempo. Frecuencia de lluvias. Su duración. De horas de intenso calor y pacíficos atardeceres. Conocí las costumbres de los lugareños que sufrirían trastornos en sus quehaceres cotidianos. Un grupo de personas diferentes, extranjeros algunos, llegarían con sus hábitos y costumbres. A conciliar. A prever situaciones. A ubicar equipos –rentamos 16 cámaras Mitchell-- contar con refacciones. Quizá Guadalajara no contaría con las que podríamos necesitar. Todo eso en vísperas de comenzar la filmación de “La Noche de la Iguana”.

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